A veces no entiendo por qué los
seres humanos siendo tan maravillosos y especiales, tenemos la tendencia a
menospreciarnos de una manera tan atroz.
Y me pregunto: ¿Por qué con
tanta frecuencia renunciamos a nuestros sueños y no dejamos aplastar por la
vida?
¿Por qué tendemos a ser tan
marcadamente auto destructivos?
¿Por qué no tenemos fe en
nosotros mismos cuando todos, absolutamente todos tenemos el potencial necesario
para lograr cualquier cosa razonable que nos propongamos con la única condición
de que no nos rindamos?
¿Por qué permitimos que las
personas alrededor nuestro nos censuren y nos arrebaten nuestras ambiciones,
destrozándonos la vida?
¿Por qué siendo dueños
absolutos de nuestro destino le concedemos tanto poder a los otros, a esas
personas que no están de acuerdo con nuestros puntos de vista, que nos dicen
que no somos capaces de hacer las cosas que queremos?
¿Por qué permitimos que nos
hagan creer que no somos capaces de perseguir nuestros sueños?
¿Por qué les concedemos
semejante poder mientras nos instalamos cómodamente en una actitud derrotista?
¿Por qué sucumbimos a la
madurez como si fuera una enfermedad letal?
¿Por qué permitimos que nos
coloquen las etiquetas grises de la normalidad, con la misma obediencia de un
perro al que se le pone un collar?
¿Por qué renegamos de nuestra
condición de estrellas y renunciamos a brillar?
¿Por qué perdemos nuestra
individualidad, nuestra esencia más pura, y nos sumamos al río deslucido de
humanidad circundante, compuesto de seres gregarios, dependientes y monótonos que discurren como autómatas a
nuestro alrededor?
¿No debería contarse entre los
derechos intrínsecos de la humanidad, el derecho inalienable a perseguir
nuestros sueños?
¿No deberíamos tener el poder
omnipotente de elegirnos a nosotros mismos y no a la persona que los otros
quieren que seamos?
¿Por qué aceptamos tan
obedientemente lo que los otros nos imponen a través de charlas interminables
acerca de lo que sería conveniente para nosotros?
La respuesta a todas esas
preguntas que nunca nos hacemos es esta:
Por la mirada ajena, primeramente
la mirada reprobatoria de nuestros padres ante nuestros desvaríos de juventud,
que no se deben entender sino como una búsqueda personal de identidad, como el
principio de un viaje que conduce hacia nosotros mismos
Porque somos seres sociales, y por tanto susceptibles
a la influencia de los otros, nuestros apetitos más voraces son de
reconocimiento y de afecto.
Y como nos sentimos confundidos
respecto a nosotros mismos, tomamos caminos ajenos a nuestros deseos, sin
siquiera saber por qué, y frustrados no nos damos cuenta de que somos la
proyección pálida de los anhelos y los sueños no cumplidos de otros, los deseos
secretos de otros, que viven muchas veces a través de nosotros, y no
conseguimos nada, solo la infelicidad. Perseguimos cosas materiales, estatus,
dinero, comodidad y terminados girando en una noria sin razón de ser.
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