Podría decirse que escribo porque existo, porque vivo,
palpito, suspiro, sufro, amo. Pero esas razones no me parecen suficientes. Hay
un universo inmenso repleto de gente que también existe, cada uno de ellos con
sus alegrías y tristezas, con sus problemas personales, con diferentes razones
de ser. Una pequeña parte de esos individuos que coexisten en ese universo
también escribe, unos mejor que los otros, algunos más conscientes, más
magistrales, otros anónimos, ocultos, algunos ni siquiera tienen la medida de
sus talentos, muchos de ellos creen no valer nada, otros se avergüenzan de ser,
no se atreven a ser. También esos seres que escriben tienen diferentes razones
para hacerlo, algunos buscan fama, reconocimiento, status, dinero, pero solo
aquellos, oscuros o reconocidos, que escriben desde el alma tendrán la
capacidad de comprenderme.
Yo como ellos, soy un ser distinto,
que podría decir más bien que existo porque escribo, que escribir para mí es
una necesidad vital, perentoria. El hecho de escribir es para mí totalmente
existencial, es mi manera personal de existir, mi manera personal de
interactuar con la vida, es mi lenguaje, mi forma de pensar, mi forma de sacar
fuera todo lo que tengo flotando corazón adentro, en esas aguas bravías que me
inundan el alma.
Escribir para mí es un acto de magia,
tan misterioso como puede ser el poder
eterno de la creación, porque desconocemos el lugar exacto de nuestra anatomía
desde el cual nos brotan las palabras, a
aquellos más apasionados nos puede parecer que brotan desde un lugar
confuso en el interior del corazón, otros más racionales podrían aventurarse a
decir que las palabras brotan desde un lugar abstracto quizás del cerebro
profundo, donde se forman las ideas, pero dudo que allí en ese lugar de redes
neurales, donde se reciben y se ejecutan ordenes eléctricas que regulan el
funcionamiento de nuestro cuerpo, en ese órgano tan desconocido para nosotros
como puede ser el funcionamiento interno de una computadora gigante para los
neófitos. Pero yo, que tengo la costumbre de juzgarlo todo desde la emoción me
atrevo decir sin temor a que me juzguen que las palabras nos surgen desde algún
lugar recóndito del espíritu, desde los cuatro puntos cardinales de nuestra
alma, la palabra es energía, fuerza vital y discurre en el alma misma del
universo, del cual tomamos todo, hasta la vida, por eso muchas veces esas
palabras parecen haber sido haber escritos por otro. Y ese otro tiene que ser
el alma del universo.
A veces siento la urgencia de
escribir, una necesidad dolorosa y perentoria como la de dar a luz, porque hay
algo que ya no puede contenerse dentro, como si el alma se me desbordara de
palabras oscuras clamando por ver la luz.
Esas veces siento algo grávido que se agita dolorosamente en mis
entrañas, hasta que brota, precisa de un hoja inmaculada de papel para brotar,
realizarse hermosa y a veces a mis creaciones, las amo como a hijos que de
madrugada me hubieran nacido, a hijos rebeldes que con dolor yo misma, a solas
he parido. A mi manera los amo, los protejo, los alimento, los pulo, los hago
crecer, los obligo a brillar, hasta que finalmente los hago hermosos,
luminosos, sonoros, pero en ese momento ya no los reconozco míos. Y creo que un
buen poema tiene que sentirse así como algo ajeno, porque de alguna manera no
nos creemos capaces de la perfección o porque está listo para pertenecer al
mundo y volverse universal, aunque nadie jamás lo lea.
Y tal vez haya entre los escritos
recónditos y oscuros de muchos escritores secretos, cosas que valga la pena
compartir con el mundo, cosas que ellos mismos no conocen su valor y con esa
esperanza es que escribo, aquí y ahora, a ver si alguien puede encontrar entre
toda esta chatarra, al menos una sola perla…
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