El viaje más largo es el que se hace hacia
el interior de uno mismo.”
Hammarskjold
Hammarskjold
Cuando
vuelvo mis ojos hacia atrás, hacia el tiempo ya ido y hurgo en mi interior,
como un dedo en la llaga, profundamente en la memoria, suelo recordar
muchísimas cosas pasadas. Y los recuerdos más vívidos suelen ser los de la
infancia, y en eso están de acuerdo hasta los psicólogos.
Por
eso son los más claros de todos cuantos atesoramos. Aunque muchos suelen estar
distorcionados por nuestra manera diferente de ver el mundo cuando somos niños,
porque luego que somos adultos perdemos la magia y toda capacidad de asombro.
Uno
de los recuerdos más gratos que atesoro fue cuando mi abuela me enseñó a leer.
A pesar de que es un recuerdo demasiado lejano, es en modo alguno vago y
borroso, sino claro y totalmente lúcido, por más que sea uno de los más lejanos
que conservo.
Aún
no iba yo a la escuela, y era tan hiperactiva que podía exasperar a cualquiera,
sacar de quicio al más manso y alterar de los nervios al más calmo, por eso mi
abuela pensó que haría bien en ocuparme en algo. Ella había sido maestra y
habia tenido una escuela particular en la casa y creo que intuyó que mi
hiperactividad, debía de venir de una temperamento inquieto y curioso, fruto de
una inteligencia precoz y una gran avidez de saber. Además, supongo que mis
deseos impacientes por ir a la escuela debieron concluir por motivarla, y he
aquí que a los cuatro años me sentó en una mesa y con un componedor y letras
que aún recuerdo, recortadas de revistas y pegadas a un cartón, empecé mi
viaje. Y me adentré maravillada en el mundo de las letras.
Y
como era una niña precoz, tal vez
demasiado, casi inmediatamente descubrí que un universo de magia, en verdad
fascinante se abría justo detrás de la tapa de un libro, un especie de realidad
alternativa donde me podía sumergir y perder la identidad, y hasta la noción
propia del yo. Allí podía viajar a todos sitios, trascenderlo todo, las paredes
de esta casa, los límites de la cuidad, las fronteras de este país sin mover ni
un dedo, solo era necesario dejarse llevar y dar rienda suelta a la
imaginación. Y cuando lo hacías, ya
habías descubierto que la magia era real, y muchas cosas imposibles y
maravillosas tenían lugar justo detrás de tus ojos.
Era
posible viajar, romper las barreras de tiempo y espacio que lo sujetan a uno a
un lugar y una época determinados. Allí se entremezclaban los conceptos de
pasado y futuro, de tiempo y espacio, dando lugar a una maraña de fantasía e
imaginación, a través de la cual, incluso era posible visitar sitios que
existen solo en las historias, imaginarios propios de los autores, que por un
módico precio te regalaban un inmenso caudal de fantasía. Demasiado poco,
teniendo en cuenta las maravillas a las que podías tener acceso a través de ese
universo de magia que se extendía a mis pies. Y allí y solo allí podía existir
de una manera más intensa que en el propio mundo real, allí podía dejar de ser
yo misma, vivir las vidas de otros, ser partícipe de muchas aventuras y vivir
desde la emoción. Mi propio ser perdía protagonismo y se relegaba al papel de
un simple espectador boquiabierto ante el despliegue de fantasía de que hacían
gala las historias que leí en mi infancia.
Y
así a través de la magia de la palabra, mundos mágicos se iban entretejiendo en
mi mente fértil, terreno plagado de inocencia, donde la fantasía podía dar sus
mejores frutos, ayudada por la edad y el hecho de que tal vez era demasiado
impresionable, crédula y propensa a la imaginación, todo esto junto podía hacer
auténticas maravillas.
Y
leí muchísimos libros, entre los cuales conservo con especial cariño, muchos
volúmenes que sobrevivieron hasta ahora, entre ellos los cuentos clásicos de
los hermanos Grimm, los de Perrault, que me guiaron y me enseñaron muchas
cosas, valores que se han ido perdiendo a lo largo de los siglos. Títulos
imprescindibles para quien desee atesorar lo más valioso de la literatura
infantil son “Corazón”, de Edmundo de Amicis, “Platero y Yo”, de Juan Ramón
Jímenez, “El cochero azul” de Dora Alonso, “La edad de Oro”de José Martí, “Oros
viejos” de Herminio Almendros y “El Pequeño príncipe” de Antoine de Exupery,
entre otros más, libros fabulosos me llenaron de una ternura entrañable que
gracias a Dios aún conservo, y no perdí a través de las vicisitudes de la
vida.
Y
habité en ese mundo de fantasía demasiado tiempo, pues a esos títulos siguieron
los libros de literatura juvenil, de Julio Verne, Emilio Salgari, Alejandro
Dumas, y muchos otros.
Por
esa razón mi alma se acostumbró a habitar en el universo de los libros, y se
sumió en él por entero, de tal manera no pude discernir a cuál de los dos
sitios en realidad pertenecía, y con el tiempo desarrollé un sentimiento de no
pertenencia al mundo real que me hizo deambular por la vida como un fantasma
sin encontrar mi lugar propio, perdida entre tantos lugares comunes y recién
ahora descubro que nunca supe dónde buscar, porque lo que intentaba hallar no
era algo material, y por tanto por más
que buscara no lo podría hallar, ni en una casa por más que fuera un hogar, o
en un empleo, ni siquiera en el amor, que todas mis ilusiones eran simples
sucedáneos de la felicidad, porque no sabía qué debía buscar.
Y
esto es lo que hacemos durante toda la vida, descubrir quien somos, qué
queremos, y emprendemos un largo viaje
por la vida en busca de nuestra indentidad , equivocandonos constantemente,
tomando malas decisiones, haciendo lo que los demás creen que debemos hacer,
cuando el único viaje posible es a través de la instrospección, un viaje
espiritual hacia el interior de nosotros mismos. Y finalmente al final de dar
vueltas y más vueltas para regresar al mismo sitio, ese lugar mágico que es la
infancia, encontramos las respuestas que buscamos. Porque ya sabíamos con más o
menos claridad quienes queríamos ser, pero resulta que lo olvidamos al crecer,
porque mayoritariamente nos dejamos
arrebatar los sueños.
Y
es ese niño interno es quien tiene todas las respuestas, y el mío vive perdido
aún en ese universo de magia y belleza que comencé a habitar a una edad en la
cual no tenía la capacidad de discernir donde acababa la fantasía y comenzaba
la realidad, y tanto fue así, que llegué a creer con toda sinceridad que no
pertenecía a este mundo, que era un ser perdido en la inmensidad, que tal vez
era yo un ser extraterrestre, y pasaba horas oteando los celajes en espera de
ver aparecer la nave que me llevaría a casa, y descubrí la magia de las
azoteas, sitios mágicos de soledad donde se podía estar en paz con uno mismo y
los pensamientos tenían toda la libertad para discurrir al amparo del silencio
y la noche, que ya comenzaba a fascinarme y me volví una niña triste que
contemplaba atardeceres, tal vez ya estaba enferma de poesía, pero no tenía
manera alguna de saberlo.
Y
de tal modo creció mi afición por los tejados, que los niños del barrio
comenzaron a llamarme la gata, no sé si por mis ojos, por subir a las azoteas o
por las dos cosas, pero no me importaba. Tal vez ellos nunca entendieron que
hacía yo sola durante gran parte de la noche, trepada por los techos, mirando
al cielo.
Y
así me refugié durante mucho tiempo en mi propio universo, los libros eran una
parte imprescindible de él y se convirtieron en objetos necesarios, no iba a
ningún sitio si no llevaba un libro, apenas jugué con muñecas, ni con otros
niños, y a una edad muy temprana era ya propietaria de una extensa biblioteca,
de la cual conservo aún la inmensa mayoría de los libros que tenía en aquel
tiempo, entre muchísimos más que he ido comprando durante toda la vida, e
incluso he vuelto a comprar, casi todos los que se perdieron, en mis idas y
venidas por la vida.
Y
así leí toda mi vida, antes de dormir, a un ritmo frenético, a la luz de la
luna, de los faroles de la calle, cuando me mandaba mi madre a apagar la luz y
fuera de este mundo era torpe, y desgarbada, pero dentro de él, existía con
toda la comodidad de que un ser humano es capaz, tirada por los suelos, sentada
en los antepechos de las ventanas, perennemente con mi libro en la mano.
Pero
no puedo recordar en modo alguno el momento exacto de mi vida en que empecé a
escribir, tal vez porque nunca tuve noción de que escribía, para mí era algo
totalmente natural e inconsciente, nada trascendente, el hecho de escribir, era un acto simple, que
brotada solo, con gran naturalidad. De tal manera que no puedo recordar
momentos de mi vida en que no haya escrito, que no haya andado con un cuaderno
garabateado debajo del brazo, porque nunca he abandonado mi costumbre de
escribir, ni de pensar por escrito, tal vez la culpa la tienen los diarios que
todos solemos llevar en la infancia, que nos crea a algunos el hábito de
seguirlo haciendo y desahogarnos de cosas que no nos atrevemos a confesar a
nadie más.
Pero
más allá de eso, yo encontraba en escribir un genuino placer. Y esa costumbre me ayudó siempre a aclarar
las ideas, siempre me brindó paz, serenidad, calma. Es tan normal para mí como
respirar, es parte imprescindible de mi misma, por lo tanto como no es
necesario andar por ahí diciéndole a la gente que respiramos nunca creí necesario
compartirlo con nadie, escribía solamente para mí misma, en una suerte de
auto-complacencia lúdica, y hedonista, por el simple deseo de estar en contacto
con la belleza y la magia.
Pero
tal vez sea solo consecuencia de leer tanto, porque leí en algún sitio que el
lee mucho termina inevitablemente por comenzar a escribir. Tengo la teoría
personal de que la tinta de imprenta alberga un germen que contagia una curiosa
enfermedad, cuyos síntomas más relevantes suelen ser la melancolía, la lágrima
fácil y un hambre extraña de papel. No lo sé a ciencia cierta, pero alguna
magia peculiar nace desde las mágicas filas de negras hormigas que conducen a
ese universo de fantasía, algo que brota de la palabra se te mete dentro, y te
conquista el alma y de alguna manera le perteneces para siempre, te quedas
impregnadas de melancolía, preñada de misterio, te vuelves dependiente de la
noche, y de alguna manera comienzas a parir hijos propios, hijos de letras,
fruto de los amores de la noche, y el silencio.
Y
una vez que se comienza a escribir, algo te retiene en ese universo, el cual
comienzas a construir con pasos vacilantes, como los párvulos, y es allí donde
se desea habitar, porque el mundo la mayoría de las veces es un lugar crudo y
cruel, donde con mucha frecuencia no existe el amor, ni el heroísmo, la magia o
la fantasía. Cosas a las cuales se acostumbra uno y luego las necesita como una
droga, y todos los que así sentimos necesitamos de ese lugar propio en donde
podernos encerrar en nuestra extrema sensibilidad para protegenos de la gente
mal intencionada, la gente banal, ese lugar propio donde puedes soñar
impunemente. Aunque por fuera parezca uno distraído y torpe, normalmente
tenemos un mundo interior rico donde refugiarnos.
Y
tal vez ese mundo interior mío que tanto se nutrió de las palabras, comenzó a
producir las suyas propias.
Y
por más que intento no logro recordar en qué momento de mi vida, comenzaron a
acosarme las palabras, proliferaron dentro de mí, como formaciones malignas,
pujando por salir fuera, y comencé a descubrir una poesía que no paraba de
manar y escribir se me convirtió sin darme cuenta, en un universo paralelo
donde podía discurrir a mi antojo, una suerte de díalogo luminoso entre mi alma
y las sombras.
Entonces
desarrollé un gusto inevitable por la noche, una necesidad eterna de quietud, y
mi ser forzado a escoger, se escindió en dos mitades vitales, una parte física
y gris, y otra parte luminosa y etérea que es donde reside mi poesía.
Y
esa parte hermosa y sensible, que no resistía estar expuesta demasiado tiempo a
la incomprensión, so pena de morir irremediablemente, poco a poco, a fuerza de
los consejos que nos dan los demás y que jamás deberíamos escuchar, acerca de
poner los pies en la tierra y dejar de soñar, (con buena intención según
parece, pero que parece destruirnos más que los sueños mismos, porque matan la
esencia misma de nuestro ser), se sumergió en lo más profundo de mí , debido a
mi total incapacidad de interactuar con esas personas que no son capaces de
entenderme.
Supongo
que para gente común que no participa de esa naturaleza de artista que no pocos
tenemos, no es fácil que le pidan entender a un poeta, su sensibilidad, su
necesidad de rodearse de belleza, su manera de ver el mundo. Es algo demasiado
difícil porque un poeta es un ser anacrónico y oscuro, que solo se devela
realmente en el silencio en el soporte del papel, un ser frágil y melancólico,
que no puede permanecer al alcance de las personas comunes. Y esta faceta mía
se ocultó demasiado bien, hasta tal punto que hoy no quiere dejarse ver.
Y
tan es así que muchas personas que me visitan, no solo se asombran de que tenga
tantos libros, sino aún más de que les diga que los he leído todos, no los
culpo, también un libro para mucha gente puede ser un objeto anacrónico porque
no hace bip, ni emite luz propia, (al menos no en el sentido material) ni sirve
para llamar por teléfono, tweetiar, estar en Facebook, ni conectarse a la red.
Mucha
gente también podría considera un castigo estar a solas consigo misma. Y muchos
de ellos tal vez no hayan ni siquiera leído uno, en toda su vida por raro que
nos pueda parecer.
Pero
también esto sucede porque no me conocen, al menos no íntegramente de tan
distantes como están una de otra mis mitades, por esa misma causa tal vez es
que casi nadie ha leído mis escritos, mi ser interno de tanto ocultarse, de ha
vuelto cobarde y se niega a dejarse ver, cómodamente oculto bajo la máscara de
normalidad a la que tanto se ha acostumbrado, pero a través del papel está en
su elemento, aun cuando revelarse a los ojos de otros, le parezca una manera
brutal de desnudarse.
Pero
es diferente en la red (otra suerte de máscara), perdida en la marea de entes
anónimos, entre una multitud de seres incorpóreos que se ocultan tras un
nickname, en este universo virtual, que nadie sabe a ciencia cierta si en
verdad existe en algún concreto, pero que está repartido en el espacio entre
miles de servidores remotos, que pueden estar en Alaska, Ecuador, Groenlandia,
Noruega, o el Polo Norte. Y aquí en esta maravilla moderna, entre lugares
erráticos, en sitios inmateriales como dominios, páginas webs, blogs, descubro
que también yo puedo evitar develarme, que no necesito descubrirme, encuentro
un modo maravilloso de ser yo misma. De convertirme en un ente cibernético y anónimo,
que sin necesidad de usar mi voz material, puedo reclamar un espacio apetecido
para existir verdaderamente, porque esta soy yo, está que escribe, no la que
camina, habla, respira y se alimenta, la que escribe, y tal vez sea en este
lugar maravilloso tan parecido al papel, un sitio ideal para conocer personas
afines, con los mismos intereses, los mismos sueños y apetencias, en este lugar
etéreo que no alcanzo a imaginar, tal vez puedo lograr que me comprendan, que
se identifiquen conmigo, que me reconozcan y me lean. Tal vez lo más importante
de todo, que me lean porque todo escrito, malo o bueno necesita de un lector,
para eso existe el escritor, a quien no le pertenece su obra. La palabra
escrita pertenece al universo. Y un escritor sin lectores no tiene razón de
ser. No puede existir, no encuentra un verdadero lugar en el mundo hasta que no
es leído.
Esa
es su verdadera razón de ser, sin lectores un escritor no puede existir, y por
eso me pregunto si en verdad existo, yo los necesito a ustedes. Necesito que
alguien comparta esto que escribo, porque no creo que la naturaleza conceda
dones que no tengan ningún motivo, para algo tiene que servir este vicio de
escribir.
Tal
vez yo puedo aportar algo de mí misma, aconsejar, consolar, compartir las cosas
que me gustan, sin necesidad de preocuparme por mi aspecto exterior y si he ido
o a la peluquería, sin importar si me he peinado o si me he hecho el manicure,
ni qué ropa tengo puesta, porque el alma no necesita de artilugios, o es bella
o no lo es, nadie ha aprendido aún a maquillarse el alma, cosa de la que me
alegro, ya bastante difícil es ahora mismo conocer a las personas.
O
tal vez sea de ustedes de quienes me nutra,
tal vez sean ustedes quienes me ayuden a ser, que me ayuden a crecer, a
comprender porqué escribo, para qué, que me señalen lo bueno o malo que crean
ver. Yo no tengo conocimientos de las técnicas literarias, solo sé que soy
alguien que escribe, es la primera manera de describirme. Sé que escribo y nada
más, no sé si lo hago bien, pero no puedo evitar escribir, me brota solo y es
hora de que los demás puedan leerlo, y me den sus opiniones, y me ayuden a ser
lo que necesito ser.
Creo
también que en este sitio puedo encontrar mi razón de ser, porque esta poetisa
que llevo dentro me reclama día a día un pliego de papel, un estremecimiento,
un lágrima, un lector enamorado, alguien anónimo a quien hacer partícipe de
toda la emoción, la pena, la pasión.
Y
pesar de tener toneladas de papeles rodando por toda la casa, jamás me atreví
nunca a llevar mis escritos a ningún sitio, nunca me parecía suficientemente
buenos, suficientemente pulidos, acabados, que no sobrara una coma, ni faltara
una palabra. Y para colmo de males tengo muy altos niveles de excelencia,
quiero la perfección, no me conformo con las cosas hasta que son lo más
perfectas que puedan ser.
Aunque
tengo que decir que durante toda mi vida las personas a mi vuelta han
contribuido a darle fuerza a mis dudas, nadie confió en mí, tal vez por falta
de conocimiento para juzgar, otros me han dicho que no tengo lo que hace falta
para escribir un libro por falta de un título universitario colgando de una
pared, por falta de un curriculum para presumir, y finalmente han conseguido
amilanarme, me han hecho sentir muchas
dudas, porque aunque sepamos desde el fondo del alma que somos poetas,
necesitamos que nos lo confirmen porque pocas veces tenemos la fe necesaria en
nosotros mismos.
Pero
lo que más pavor me da más que publicar o mostrar mis escritos a alguien sería
tener que leerlos en público, porque no me gusta el sonido de mi voz, no me
siento capaz de expresarme de la misma manera en que escribo, ni poseo el mismo
uso del lenguaje, no sé porqué pero es así, es como si fuera una persona
diferente fuera del papel. Solo la parte que escribe es la que tiene más fuerza
vital. Y así existo, inconexas mis dos mitades, una parte intima escribe y otra
es una simple espectadora, ajena la realidad de la otra parte, y esa otra parte
es la que tiene voz audible, y esa voz no sabe ser sublime, es falta de
entonación y de magia, le resta belleza a la palabra que sola a través de la
blancura, aliada eterna del silencio, la palabra escrita es la magia a través
de la cual discurre mi alma con infinita placidez, y solo siento cuando escribo
esa increíble sensación de luminosa paz e infinito bienestar.
Yo
tengo necesidad de escribir, desde la emoción, desde la pasión que se desata en
lo más profundo de mi ser, soy un ser triste, atormentado por las palabras, que
solo en el papel halla la paz.
Y
una vez que estoy frente a un pliego inmaculado de papel, la palabra brota más
grácil que nunca, más rauda, más limpia, totalmente luminosa. Pero en mi otra
realidad solo soy una soñadora que nunca tuvo los pies realmente en la tierra,
distraída, y olvidadiza, irresponsable, no me han interesado muchos los
títulos, ni los honores, ni siquiera el dinero, solo una loca con la cabeza
llena de pájaros a la que nunca han entendido las demás personas, pero tal vez
no se me dé tan mal el oficio de escribir, de buscar belleza y sonoridad en las
palabras, de hilvanarlas al papel para que no huyan al otro confín del mundo y
hacerlas mías por algunos momentos, para luego entregarlas al mundo.
Y
de alguna manera creo que debo escribir para reivindicarme conmigo misma, y
unir para siempre mis dos mitades, en un intento de ser una persona completa y
funcional, por tanto esta parte incógnita debe crecer, liberarse y solo lo
puede hacer a través del acto de escribir muchas cosas que deben de ver la luz,
mostrarse, hablar de su origen, de su lugar recóndito, del sitio oscuro de mi
alma, donde, como en un vientre materno solían dormitar. Y esa parte
subterránea, compuesta de magma vital de emociones y pasiones inexpresadas,
necesita urgentemente aflorar, tomar posesión del otro yo, que sin esa parte
substancial no es más que una cáscara vacía, una máscara, un vestido viejo y
raído. Y esto es de vital importancia, porque en ese yo profundo, es donde reside
mi alma, es la persona que realmente soy. Ese ser atormentado por las palabras,
que se asfixia detrás de las máscara que inconscientemente le he impuesto, y
esa máscara ha tomado vida propia y comienza a tomar tintes de realidad, y el
peor de los miedos es que esa parte a la que agobian los problemas de la vida,
comienza a tiranizar mi frágil otro yo y termine por aniquilarme totalmente.
Y
he aquí, que ahora me pongo a disposición de ustedes, con una sinceridad
visceral, les dejo aquí, expuesta, íntegra mi alma, que espero sea la parte de
mí que les interese vislumbrar a través de estos escritos, y de alguna manera
me hace sentir aliviada, pues nunca antes tuvo tan buena oportunidad.
Espero
que me juzguen, que me amen o que me odien, pero solo a través de quien en
verdad soy, espero compartir con ustedes mis tristezas infinitas, mis pequeñas
alegrías, mis escasos triunfos, mis angustias, mis dudas, mis temores, mi
dolor, espero que me acompañen, que no me dejen sola, que discurran fielmente
conmigo, que me lean, que me hagan existir por primera vez, de la manera más
luminosa que me es posible. Espero que sean mis amigos, que me digan la verdad,
que me señalen. Y me dejen entrar a sus corazones, si es que tan lejos consigo
llegar, yo les prometo la belleza, la palabra inquieta, la voz amable del
silencio, les prometo, la magia, la luz, el verso.
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