Antes de sucumbir al influjo
maligno de la mirada ajena, en los momentos de mi niñez cuando no sabía que era
totalmente libre para ser desenvolver mi verdadero yo, yo era una niña que
contemplaba las estrellas, que recogía flores silvestres y luciérnagas, que
amaba la lluvia y los cachorros perdidos.
Y tal vez no comprendí entonces
que desde ya era poeta, o aquel temprano interés por los designios de los
dioses escritos en las estrellas fue lo me hizo estudiar astrología.
También gustaba de amasar la
tierra húmeda con las manos, y jugar con la cera que se desprendía de las velas,
tan caliente que me quemaba los dedos. Y hacer arder cosas y comtemplar el fuego.
(El fuego siempre tuvo una fascinación ancestral en todos los seres y es muy
hermoso, es raro que haya quien no guste de contemplarlo.)
¡Y cómo me regañaban por
hacerlo!