Estando en clases con mi profesor de escultura, preparando
una futura exposición de mis obras, aunque aún no tengo suficientes piezas con
calidad de galería para poder hacer una exposición personal, siempre tengo largas polémicas con él, acerca del
elemento discursivo en las obras de arte. Y me doy cuenta que los artistas están más preocupados
por respaldar sus obras con algo profundamente trascendental y filosófico que por la obra en sí misma y yo,
que no soy tan dada a los desvaríos existencialistas, aunque filosofo muchas
veces, no creo que la filosofía deba estar presente en todas las cosas de la
vida, sino hubiera filosofía en todos los actos cotidianos desde lavar los
platos hasta bañarse, filosofía del plato de comida, filosofía del sexo,
filosofía del sueño y filosofía hasta del aire que respiras.
No es que tenga
nada en contra de la filosofía, muy por el contrario, la encuentro
extremadamente interesante, pero siempre complicada, y no al alcance de
las personas comunes, por lo intrincado de los razonamientos y la capacidad
intelectual necesaria para emprender estos estudios tan profundos que son solo patrimonio de una élite, de algunos sabios privilegiados, en realidad muy pocos,
contrastando con los infinitud de seres normales que a los que atormentan cosas
más ordinarias y menos trascendentales.
Mi profesor se asombra cuando le digo que no
quiero que mi obra tenga discurso, que dejaría en blanco los catálogos y les
daría un bolígrafo a cada uno de los que visitaran mi exposición para que ellos
mismos escribieran al dorso el discurso que encuentren en mi obra. Eso me complacería más que la crítica esmerada de un periódico hablando sobre el virtuosismo de mi obra. .
Me mira, con la misma sorpresa con que miraría un gourmet a alguien que, porque lo encuentra algo desabrido e insípido, echara azúcar prieta en una copa de vino refinado y más exquisito, estropeándole el delicado
bouquet. Pero la suerte es que sabe que no soy tan ignorante.
Y yo le digo que no quiero que mi obra tenga
discurso, quiero que no pretenda decir nada más que lo que dice, yo no me
preocupo del discurso, de hecho, no lo busco, yo me preocupo de la forma, la
proporción, los símbolos, la belleza, el virtuosismo, la excelencia, me preocupo de la
emoción y con algo de suerte, si mi obra tiene suficiente fuerza, hablará por sí
misma.