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lunes, 6 de enero de 2014

6 de Enero día de los reyes:



                                    Día de los reyes



Nunca conocí las tradiciones cubanas del día de los reyes, nací demasiado tarde para ello, por lo que nunca creí que había que portarse bien para que me trajeran juguetes, ni en la amenaza de un saco de carbón debajo de la cama como castigo por ser una niña mala.  Por eso no hubo dios que consiguiera meterme en cintura, por eso fui la niña más traviesa que ojos humanos hayan visto, tanto que mi abuela solía llamarme cariñosamente “diablo tuntún”.





Por más que me estrujo las neuronas apenas logro recordar los juguetes de mi infancia, viví la época triste del racionamiento, la libreta de productos industriales, los tres juguetes al año en el mes de agosto, los inolvidables: básico, no básico y dirigido. Y esos días de espera a que mi madre volviera de la tienda con los juguetes después de horribles colas que solían durar tres días, nunca se borrarán de mi mente, marcaron a mi generación para siempre.





Un juego de yaquis, o de palitos chinos, un rompecabezas, una muñeca rubia, un jueguito de cocinita, unas tacitas plásticas y cierta vez hasta un triciclo  que fue la fiesta de los chiquillos mataperros del barrio durante mucho tiempo y que después heredó mi hija.








Pero no fue hasta el mes de diciembre del año 1999 cuando tuve la suerte de viajar a Francia que pude darme cuenta de lo que nunca tuvimos  los niños cubanos y lo que no recuperaremos jamás, y es la ilusión. Recuerdo que lloré cuando vi la emoción de los niños al ver los juguetes que les dejó  Papá Noel. Nadie de los presentes pudo entender por qué lloraba y yo no sabía suficiente francés para explicarles. Ni yo misma podía explicarme porqué lloraba en ese momento, pero ahora lo sé, lloré por todos los niños de Cuba, los que fuimos, los que son e incluso los que no han nacido.

Desde entonces mis sentimientos hacia la gente de mi pueblo cambiaron, comencé a pensar en el pueblo de cuba con más empatía, con más sentimiento de pertenencia, comencé a sensibilizarme con lo que nos ha tocado vivir, con las carencias económicas, con la gente de mi pueblo, con sus problemas, su lucha, ese cubano de a pie, ese vecino de al lado, el más humilde, porque nosotros somos Cuba, tú y yo, los de aquí, los de allá,  viviendo en Cuba o desperdigados por el mundo, seguimos siendo Cuba, todos y cada uno de nosotros, porque no se puede traicionar la patria del corazón.

Y he comprendido que cuando un pueblo pierde sus tradiciones pierde también  su cultura, su identidad, sus valores, su religiosidad, y se aleja irremediablemente de su esencia y su virtud.

Por eso día a día aunque el nuestro sea un pueblo que no recuerda quién es ni adónde va, ese cubano de a pie lucha intuitivamente por recuperar sus tradiciones, aunque no sepa qué día hay que poner el arbolito de navidad, ni que día hay que quitarlo, aunque no haya regalos para poner debajo, aunque no sepa si creer en Santa Claus con sus renos bajando por la chimenea, o en los tres reyes magos montados en sus camellos, aunque nunca más consigamos hacer que nuestros hijos crean en los reyes o en Santa porque nosotros mismos nunca creímos, pero tratamos por todos los medios de poner un árbol de navidad, este año nos compramos gorros navideños, alguno que otro recuerda que la tradición dictaba que se comieran doce uvas justo antes de las doce de la noche, seguimos tirando el cubo de agua para la calle, para ahuyentar la mala suerte y contra viento y marea les compramos juguetes a nuestros niños con cierto sentimiento de culpa para compensarlos de todo aquello que aún no saben que les falta: El desfile de los tres magos por las calles de la Habana, Melchor, Gaspar y Baltazar, repartiendo juguetes, la ilusión, las cartas que había que escribir, las esperanzas, la alegría, la expectativa, y sobre todo los sueños, la ilusión niña de creer realmente que esos tres reyes magos que vinieron siguiendo la estrella de belén para traer mirra, incienso y oro para el niño Dios, también recorrían el mundo para traer regalos a todos los niños como premio de su buen comportamiento. Espero que un futuro, los cubanos podamos recuperar esas tradiciones populares, nuestra raíz, nuestra identidad y volver a ser lo que solíamos ser.

















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