Día de los reyes
Nunca conocí las tradiciones cubanas del día de los reyes, nací
demasiado tarde para ello, por lo que nunca creí que había que portarse bien
para que me trajeran juguetes, ni en la amenaza de un saco de carbón debajo de
la cama como castigo por ser una niña mala. Por eso no hubo dios que consiguiera meterme
en cintura, por eso fui la niña más traviesa que ojos humanos hayan visto,
tanto que mi abuela solía llamarme cariñosamente “diablo tuntún”.
Por más que me estrujo las neuronas apenas logro recordar
los juguetes de mi infancia, viví la época triste del racionamiento, la libreta
de productos industriales, los tres juguetes al año en el mes de agosto, los
inolvidables: básico, no básico y dirigido. Y esos días de espera a que mi
madre volviera de la tienda con los juguetes después de horribles colas que
solían durar tres días, nunca se borrarán de mi mente, marcaron a mi generación
para siempre.
Un juego de yaquis, o de palitos chinos, un rompecabezas,
una muñeca rubia, un jueguito de cocinita, unas tacitas plásticas y cierta vez
hasta un triciclo que fue la fiesta de
los chiquillos mataperros del barrio durante mucho tiempo y que después heredó
mi hija.
Pero no fue hasta el mes de diciembre del año 1999 cuando
tuve la suerte de viajar a Francia que pude darme cuenta de lo que nunca
tuvimos los niños cubanos y lo que no
recuperaremos jamás, y es la ilusión. Recuerdo que lloré cuando vi la emoción
de los niños al ver los juguetes que les dejó
Papá Noel. Nadie de los presentes pudo entender por qué lloraba y yo no
sabía suficiente francés para explicarles. Ni yo misma podía explicarme porqué
lloraba en ese momento, pero ahora lo sé, lloré por todos los niños de Cuba,
los que fuimos, los que son e incluso los que no han nacido.
Desde entonces mis sentimientos hacia la gente de mi pueblo
cambiaron, comencé a pensar en el pueblo de cuba con más empatía, con más
sentimiento de pertenencia, comencé a sensibilizarme con lo que nos ha tocado
vivir, con las carencias económicas, con la gente de mi pueblo, con sus
problemas, su lucha, ese cubano de a pie, ese vecino de al lado, el más
humilde, porque nosotros somos Cuba, tú y yo, los de aquí, los de allá, viviendo en Cuba o desperdigados por el mundo,
seguimos siendo Cuba, todos y cada uno de nosotros, porque no se puede
traicionar la patria del corazón.
Y he comprendido que cuando un pueblo pierde sus tradiciones
pierde también su cultura, su identidad,
sus valores, su religiosidad, y se aleja irremediablemente de su esencia y su
virtud.
Por eso día a día aunque el nuestro sea un pueblo que no
recuerda quién es ni adónde va, ese cubano de a pie lucha intuitivamente por
recuperar sus tradiciones, aunque no sepa qué día hay que poner el arbolito de
navidad, ni que día hay que quitarlo, aunque no haya regalos para poner debajo,
aunque no sepa si creer en Santa Claus con sus renos bajando por la chimenea, o
en los tres reyes magos montados en sus camellos, aunque nunca más consigamos
hacer que nuestros hijos crean en los reyes o en Santa porque nosotros mismos
nunca creímos, pero tratamos por todos los medios de poner un árbol de navidad,
este año nos compramos gorros navideños, alguno que otro recuerda que la
tradición dictaba que se comieran doce uvas justo antes de las doce de la
noche, seguimos tirando el cubo de agua para la calle, para ahuyentar la mala
suerte y contra viento y marea les compramos juguetes a nuestros niños con
cierto sentimiento de culpa para compensarlos de todo aquello que aún no saben
que les falta: El desfile de los tres magos por las calles de la Habana, Melchor,
Gaspar y Baltazar, repartiendo juguetes, la ilusión, las cartas que había que
escribir, las esperanzas, la alegría, la expectativa, y sobre todo los sueños,
la ilusión niña de creer realmente que esos tres reyes magos que vinieron siguiendo
la estrella de belén para traer mirra, incienso y oro para el niño Dios,
también recorrían el mundo para traer regalos a todos los niños como premio de
su buen comportamiento. Espero que un futuro, los cubanos podamos recuperar
esas tradiciones populares, nuestra raíz, nuestra identidad y volver a ser lo
que solíamos ser.
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