Impresiones de una cubana de la isla sobre tres novelas de la serie "La Habana oculta" de Daína Chaviano.
Hace tres días un amigo
que vino de España, me consiguió en formato digital, tres
libros de la serie "La Habana oculta" de Daína Chaviano:
"Casa de juegos", "El hombre, la hembra y el hambre", y
"La isla de los amores infinitos", debido a la vehemencia con que le
hablé de su autora, la inolvidable Daína Chaviano, que él no conocía,
(Ahora solo me falta Gata encerrada para completar la serie).
Desde que los tuve en
mis manos, no pude evitar ponerme a leer, dos noches después había terminado.
Estas historias me atraparon desde el primer párrafo y no pude desprender
los ojos de esos libros, hasta que no terminé el último. Nada podía
prepararme contra lo que encontré en ellos, cuyas breves sinopsis había leído
ya en el blog de su autora. (Oficial Website de Daína Chaviano)
Quizás me enfrenté a
ellos, condicionada por los pocos libros de Daína que pude leer hace muchos
años, que eran historias de ficción y fantasía de lectura grata, que se leen
con ánimo lúdico y desenfadado. Ahora, encontré en la escritura de Daína, la
madurez de un escritor que ha crecido hasta rebasar los límites del virtuosismo
y la genialidad, el erotismo propio de los cubanos, la profundidad abrumadora
que te perfora el pecho como la lanza en el costado de Cristo.
El efecto sobre mi
sensibilidad fue devastador, un día después, aún tengo el alma temblorosa, los
ojos húmedos y unas ganas insoportables de echarme a llorar, una poesía
vibrándome por dentro, con tanta fuerza que hace daño, porque leer a Daína
me ha dejado convertida en un manojo de emociones difíciles de
manejar.
La narrativa de Daína,
es única e inclasificable, creo que decir que es simple narrativa erótica es
algo injusto porque esa palabra no es suficiente para clasificar estos libros.
Lo único que podría decir de ellos, es que son como la gente de cuba, eróticos,
sensuales, poéticos, chispeantes, dicharacheros, plenos de fantasía y del
más barroco eclecticismo que uno podría imaginar.
Lo que más
me sorprendió fue que independientemente de los diálogos de los
personajes y la voz del narrador, hubo fragmentos de la lectura, donde el ritmo
de la narración se altera, y sobreviene una ola de pasión indescriptible,
aflora un trozo de alma, rota, dolorosa y oscura, como si la voz literal de
Daína se alzara de sus libros, tomara cuerpo y me hablara, me tocara
el alma de manera literal y fuera capaz de una sutil y hermosa ternura..

Me ha cautivado su
lenguaje pletórico de poesía y la magia que se palpa en la atmósfera de
confusión que vive la protagonista dentro de esa casa. Y los Orishas, esos
dioses tan nuestros, tan insertados en las raíces mismas de la cubanía, tan
diferentes a todos los demás dioses hieráticos que pretender reprimir a los
seres humanos a través de dogmas que no podemos cuestionar. Los orishas yorubas
participan de la naturaleza primitiva de los dioses antiguos, ya que no nos
hacen renunciar a nuestra condición humana ni nos imponen tabúes, sino que
ellos son los que participan de nuestra naturaleza y defectos. La imagen de
esos orishas lujuriosos, con desmesurados apetitos sexuales, pero que no
pierden un ápice de sacralidad es una prueba de la genialidad de su autora, que
parece ser capaz de hilar sus historias usando la materia sutil de que
están hechos los sueños.

Siento esta novela como
una catarsis profunda del sufrimiento de todo un pueblo, que lo único que ha
hecho es echar pa´alante y tratar de olvidar. Pero esos años duros del período
especial es algo que nunca olvidaremos porque nos marcaron para
siempre, se nos quedaron atravesados en la garganta, dejándonos un
sabor amargo, como un buche que por la fuerza, tuvimos que tragar.
Este libro sacó a flote
en mi alma, heridas profundas que he intentado olvidar: los apagones, el pan
con bistec de colcha de trapear, el picadillo de cáscara de plátano, el bistec
de cascos de toronja, que contrariamente a lo que cualquiera podría creer, no
son leyendas urbanas, ni exageraciones de nadie. Hay momentos de la historia
donde la realidad puede ser más extraña que la ficción. E incluso esa realidad
va mucho más allá de las cosas que Daína nos cuenta en su libro.
La historia de Claudia
bien pudo ser la mía, o la cualquier otra mujer cubana, flores de la noche con
almas de poetas, obligadas a renunciar a sus sueños y a deshacer
malecones por amor de madre. Lo entiendo como cualquier cubano podría
entenderlo, me duele porque he conocido muchas Claudia, e incluso hubiera
podido serlo. Quizás un día yo también escriba una historia parecida a esta,
con todas las cosas que tengo flotando a media agua en mi alma, porque es la
única manera de exorcizar los fantasmas del dolor.
Y
tú, Daína que tanto amas los gatos hubieras llorado a lágrima viva,
de saber que en esos años tristes, casi se extinguen, casi todos desaparecieron
de la Habana y dejaron de llenar las noches con sus maullidos y sus aquelarres
de amor por las azoteas, como decía Gabriel García Márquez,
Yo he sufrido en mi
carne el dolor de mi pueblo y cada día admiro más a ese cubano de a pie, que no
pierde el sentido del humor ni la alegría de vivir, por más difícil que
sea la vida y se defiende como gato bocarriba y aún es capaz de amar, de luchar
y alcanzar el éxito en las condiciones más adversas que uno pueda
imaginar.

La isla de los amores infinitos es la historia de todos los cubanos, una historia desgarradora y doliente que tocó las fibras más sensibles de mi corazón, fue como si Daína me hubiera servido en una copa mágica, un cóctel de fantasía, pleno del dolor de un pueblo que sufre, historia, y esencia de cubanía. Es la más mágica de todas las historias, la más hermosa. Esa casa fantasma que aparece en Miami, es un símbolo para mí, es la nostalgia de todos los cubanos del exilio que dejaron una parte de su alma varada en la Habana.
En la Isla de los amores
infinitos, Daína simbólicamente representa el cubano en las tres grandes
vertientes de la cultura cubana, los negros esclavos traídos desde África,
los españoles que inmigraron a Cuba a buscar fortuna y los chinos, cuya cultura
se diluyó en parte, pues los chinos inmigrantes casi todos fueron
culíes que vinieron a Cuba engañados y dejaron a sus familias en
China, pero que en su mayoría se casaron o juntaron con negras libertas,
únicas mujeres disponibles para ellos, por ser ambas razas, la china y la
negra, clases marginadas y de bajo extracto social. Y como es cierto que la
cultura se trasmite por la madre, de la cultura china quedaron en cuba escasas
trazas. Daína hace justicia a esa cultura china, tercera raíz que se
diluyó en el inmenso crisol que es Cuba. Pero para el que sabe mirar, aunque ya
no existan ni los famosos trenes de lavado de los chinos, ni las ventas
ambulantes de bollitos de carita, ni otras delicatesen, aun puede
encontrar trazas de la inmigración china, no solo en
el pequeñísimo barrio chino de la Habana, ni en la Danza del Dragón
que todavía se puede ver en las calles del barrio chino en la celebración del
año nuevo lunar, ni en el periódico que aún se edita en chino para
los descendientes de esos inmigrantes, ni el Dojo de la calle Manrique, o en
las diferentes sociedades de que proliferan en la cercanía de la calle Zanja, donde
ya desapareció el teatro chino, y la farmacia de productos tradicionales. Las
sociedades que aún enseñan artes marciales o en el boulevard repleto de
restaurantes en el cuchillo de Zanja, sino en las expresiones populares del
habla, “lo engañaron como un chino” o en
los hermosos ojos rasgados que aún exhiben mulatos y mulatas
que caminan por la Habana.
Me ha encantado el
duende, el Martinico, la personificación del Dios Pan en el valle de Viñales,
los personajes de Rita Montaner, Benny Moré, José Martí y demás. Los boleros
que dan título a los capítulos porque la música es parte
indispensable de la cubanía. Las experiencias del más allá, que los cubanos
aceptan con toda normalidad, porque están insertadas en la vida cotidiana. Pero
sobre todo me han encantado las historias de amor, porque creo que el pueblo de
Cuba tiene que aferrarse al amor y a la poesía porque son las únicas cosas que
nos pueden salvar de la deshumanización, la pérdida de ética y de valores,
el materialismo hacia el que está fluyendo el cubano de hoy, para no perder su
virtud ni su espiritualidad.
Creo que ya sé por qué
siempre he sentido la escritura de Daína tan cercana a mi corazón y es porque
es alguien que ama a la Habana con la misma vehemencia que yo lo hago, alguien
que tiene una vena de luz plena de esencia poética que vibra en cada palabra
que escribe, pero sobre todo alguien que tiene mucho en común conmigo por
cuestiones generacionales, de idiosincrasia porque hemos vivido las mismas
realidades, comprendemos una verdad que hay que ser cubano para entenderla
porque no tiene precedentes en la historia de la humanidad.
Y creo
que corresponde a los intelectuales y escritores, a los que tienen la
habilidad de hacerlo, narrar las historias que los demás no pueden o no saben
contar, al menos no de la manera magistral con que lo hace Daína. Corresponde a
ellos alzar la voz en defensa de su verdad, por dolorosa que sea, es una
responsabilidad con su realidad, una deuda con el pueblo de Cuba, con su raíz y
su origen, con sus lectores y con la historia.
Gracias Daína por
escribir estos libros, desde cuyas páginas vibra la más viva esencia de
cubanía, desde cuya escritura has desatado la más hermosa nostalgia y el
lamento doloroso de tu alma dolida, porque Daína, tú llevas la Habana oculta,
en el corazón.
Nota:
Espero que Daína sepa
perdonarme si comparto sus libros con mis amigos, porque es la única manera en
que los van a leer, pero para hacer justicia con ella, le prometo que los
compraré todos y cada uno de ellos, en papel, el día en que tenga esa
posibilidad.
No hay comentarios :
Publicar un comentario