Escasos minutos después de su llegada a la Habana, en el lobby del hotel Plaza Alicia Victoria Pagella colocó en mis manos el más hermoso de los regalos, un ejemplar autografiado de "Paraísos de sal", su quinto libro de poesía.
Sin más preámbulos que su carisma y el calor de un abrazo tuve el hermoso privilegio de ser la primera persona en Cuba de tener en sus manos un ejemplar de Paraísos de sal, árbol gentil donde eclosionara la palabra, flor sublime, instrumento sutil que permite a Alicia viajar hacia las inconmensurables latitudes de las almas.
De regreso a casa, comencé a adentrarme en el misterio de esos caracteres luminosos, que verso a verso edifican paraísos construidos con la sal de la vida. Desde la primera frase, aún antes de que mi cerebro pudiera incluso descifrar el sentido de las palabras, ya me embargó esa sensación que nos enciende por dentro cuando leemos algo mágico, de palabras estremecidas que emprenden viaje desde regiones epidérmicas hasta lo más profundo de nuestro ser, y que luego nos dejan algo reblandecido por dentro, y hacen brotar de algún lugar recóndito el milagro de los propios versos.
Confieso que cuando contacté con Alicia, desde el primer momento me agradó esa sincera ternura que aún desde los mensajes que recibí a través de algo tan impersonal como un ordenador podía palpar y tenía mucho miedo de enfrentarme a su obra y tropezar con esas poesías que están tan de moda ahora, de lectura difícil y comprensión imposible, de esas que he dado en llamar con aquel espíritu jocoso que caracteriza a todo buen cubano: "Poesía jeroglífica" una de esas poesías repletas de tanta palabreja inútil que no hace sentir nada, una poesía elitista y desdeñosa que nos mira por encima del hombro y de cierto modo intenta discriminarnos a nosotros, seres comunes con mentes subdesarrolladas que no tenemos el privilegio de entender, apreciar y valorar.
Si eso pasaba me tendría que ver en la penosa alternativa de tener que escoger entre mentir para agradar a mi amiga o decir abiertamente lo que pensaba y hacer que quizás se molestara. Dios gracias que no tuve que hacer ninguna de las dos cosas, porque la poesía de Alicia, me conquistó desde el primer verso, es tan simple y hermosa como la de José Martí, o la de José Angel Buesa, el poeta más popular de Cuba. Por momentos transita por ella la sombra tutelar de la poesía doliente de Alfonsina Storni,
La poesía de Alicia es una poesía de pueblo, edificada de la material sutil con que se hacen los sueños, de sencillas palabras, en las que bulle la vida, es como su autora, todo amor, simpatía, alegría de vivir.
Más no está hecha de lugares comunes, de amores fáciles, es belleza, sabiduría, es agua que fluye mansa desde una oquedad de jazmín, desde el alma misma de alguien que mucho ha vivido.
A Alicia la ilumina esa ternura que caracteriza a las personas que han brindado su amor a seres desvalidos, cachorros extraviados, y personas con necesidades especiales , la dedicación de quien ha consagrado su vida a la enseñanza. El amor de quien ha vivido, de quien ha llevado entre sus brazos la carga dulce de una vida nueva. Y eso se refleja en sus versos, de palabras suaves pero frmes, plenas de intensa vida que habita en esos versos, vida que bulle, aletea como un pájaro cautivo en su cárcel de papel, hay memorias, atardeceres brumosos, sueños, utopías, dolor, alegría. Sentimiento en flor que abre a la vida, vivencias, amores, sueños convertidos en versos.
Gracias amiga, por permitirme habitar tus paraísos de sal, por compartir conmigo, las lágrimas más hermosas con que te condecoró la vida.